miércoles, 4 de julio de 2012



Día de cine again. Después de ver (bueno, a cachos, he de reconocerlo) Rosas Rojas en la tele, cierta persona me recomendó esta otra película, también con protagonistas femeninas. Y he de decir que, en este caso, el film es muchísimo mejor, principalmente porque la historia que narra le da cien vueltas a Rosas Rojas, que no pasaba de ser un topicazo romántico que, a mis ojos, solo se salvaba gracias a la maravillosa Lena Headley, pero de eso ya hablé en otro post.



Viola di mare (El mar púrpura, en español) es una película italiana que narra una historia tan curiosa como intensa, y encima (atención al dato) inspirada en hechos reales, para que luego se diga. Lo que más me ha gustado ha sido la manera de filmar que tiene la directora, Donatella Maiorca, ya que es capaz de transmitir el caracter de los personajes sin que sepamos nada de sus pensamientos reales, y esto tiene su mérito. Además, me encanta cuando mezcla música moderna (tipo electrónica y tal) con las escenas del la película, que sucede en el siglo XIX. A mí esos contrastes, lejos de parecerme anacrónicos (que lo son, eso no lo niego) me hechizan, sobre todo si están bien hechos, porque dan un toque diferente a las películas de época.

A partir de ahora, voy a hablar de la película en sí, con lo que aviso de que habrá SPOILERS, tantos como me parezca, así que avisados quedan los que pretendan pasar de esta línea...



La acción sucede en una pequeña isla itialiana árida, de escarpados riscos y bosquecillos de matorrales, rodeada por un mar grisáceo que oculta el continente que hay más allá. Es un entorno bastante claustrofóbico, teniendo en cuenta que la mayoría de las personas que allí viven no tienen la oportunidad de salir, y están condenados a aguantarse los unos a los otros por siempre. La isla está dominada por tres personajes, que son los que cortan el bacalao, por así decirlo: el barón, un hombre noble que no llega a salir en ningún momento, el dueño de la cantera (porque la isla es por sí sola una enorme cantera, y todos los hombres trabajan en ella para abastecer al barón, que es el que les compra las piedras) y el cura.



La historia comienza con la voz de Angela (no pongo acento al nombre porque está en italiano), la protagonista. Ella es la hija del dueño de la cantera, y nos cuenta que su padre siempre quiso un niño, y esto queda bastante claro cuando ella es pequeña en la película, porque su progenitor no le tiene ninguna clase de afecto, y cuando se dirige a ella solo es para reprenderla o pegarle unas palizas de esas que le dejan a una las costillas rotas. Porque resulta que la pequeña Angela es bastante rebelde y avispada, y claro, eso no gusta. De hecho, los vecinos se piensan que está poseída por vete tú a saber qué clase de demonios (la explicación más plausible en aquellos tiempos en los que era inconcecible que una mujer desafiara las normas impuestas, esto es, simplemente por fumar, lo que hace la niña al principio de la historia). El caso es que ella tiene una panda de amiguitos, con los que se entretiene por la isla, y entre los que se cuenta otra niña que se llama Sara. Resulta que un desgraciado día el padre de Sara es detenido (no se sabe muy bien por qué, se supone que se lo llevan para que combata en la guerra, la Guerra de la Unificación Italiana, probablemente) y Sara y su madre abandonan la isla y se van al continente.



Años después, Angela ha crecido hasta convertirse en una mujer. Sara vuelve al pueblo, acompañada de su madre y convertida en una especie de criada personal de la baronesa, a la que se encarga de peinar. Al encontrarse las dos, está claro que Angela siente algo más que amistad hacia su compañera, y que el amor infantil de antes (todos hemos tenido cuando éramos pequeños esa clase de amigos inseparables a quienes queríamos con intensa inocencia) se ha convertido en algo más adulto. Y, aunque con ciertas reticencias al principio, Sara accede, y las dos comienzan una relación clandestina. Sin embargo, ahora que ya no son una crías que pueden alejarse por ahí jugando, empiezan los problemas. El padre de Angela quiere casarla con uno de los trabajadores de la cantera y ella se niega en redondo (como cabría de esperar) alegando además que no se casa porque quiere a Sara. En fin, yo de haber sido ella habría omitido este pequeño dato, pero se ve que la muchacha es demasiado sincera. ¿El resultado? Su padre la encierra en una especie de sótano que hay en la casa durante semanas que acaban por convertirse en meses, diciendo que no la sacará hasta que se quiera casar, y contándoles a todos los demás que su hija está enferma.






La verdad es que solo de imaginar el tormento que sufre la pobre muchacha se me ponen los pelos de punta. Allí encerrada, en perpetua oscuridad, alejada no solo de quien ama sino del mundo entero. Pero no se rinde. Yo creo que el personaje sabía muy bien qué clase de vida le esperaba de haberlo hecho (la de una mujer casada, como su madre, condenada a tener hijos sin pedirlo y sufrir las humillaciones de su compañero sin tener si quiera la voluntad de defenderse, y sin escapatoria posible, en ese ambiente tan cerrado de la isla) y por eso se mantiene en su terquedad tanto tiempo.



La madre, desesperada, intuyendo que su hija encerrada en el sótano va a acabar por morír, concibe una idea de lo más descabellada. Resulta que el cura del pueblo les debía un favor por ciertos asuntos truculentos, y como lo que dice el cura va a misa, a la mujer se le ocurre pedirle que cambie en el registro el nombre de la hija, Angela, por Angelo, y que diga a todo el mundo en la isla que se equivocó cuando la vio de bebé y que ella es en realidad un chico. Así, no solo no tiene que casarse con ningún cantero, sino que además el padre consigue el hijo y sucesor que tanto había querido (porque Angela es, por desgracia, su único retoño vivo). Y nada, ni cortos ni perezosos todos se embarcan en este engaño y transforman a la chica rebelde en un hombre. Al principio a ella no le hace mucha gracia que digamos, pero en cuanto se da cuenta de todas las libertades que eso conlleva, asume inmediatamente el papel del nuevo hijo del dueño de la cantera, y no solo se encarga de dirigirla de manera conjunta, sino que encima se casa con Sara, consiguiendo las dos así una especie de relación legítima.


No voy a contar el final ni cómo se desarrollan luego las cosas, pero sí me gustaría decir que lo que más me ha gustado de esta película es que muestra que las diferencias entre sexos no es lo que ha llevado a las mujeres por el camino de la amargura en todos estos siglos. A mi modo de ver, Angela o Angelo, no deja de ser quien es vestido de hombre o de mujer; simplemente ocurre que, cuando se corta el pelo, su padre ya no la pega por hacer cosas indecorosas, es más, incluso empieza a respetar sus deseos y además le concede la libertad de vivir como desea, libertad que todo ser humano, en teoría, debería disfrutar. Como también se veía en la película de Albert Nobbs, que ya reseñé en su momento, el travestismo de estas mujeres tiene poco que ver con la transexualidad, porque aquí no se habla de sexo, si no de género. Parece ser que el hecho de ser una fémina trae consigo la obligación de callar en vez de hablar, de bajar la mirade en vez de alzarla libremente, de arreglarse en vez de estudiar, y de someterse a la custodia y caprichos de los hombres, que algunos son benévolos y respetuosos, pero otros no tanto, y parece que a la mujer en realidad eso le da igual porque no puede controlar su destino. Y así ha sido mucho tiempo, aunque las cosas estén cambiando últimamente y nosotras podamos votar, ir a la universidad... cosas que, hace cincuenta años, os recuerdo, no eran ni de lejos tan normales... y si no, preguntadle a vuestras abuelas.




Por eso, el hecho de que una mujer se corte el pelo y se vista de tío y de repente se le abra un mundo de libertades, da mucho que pensar. ¿Quién hizo el reparto de normas en cuánto a género se refiere? ¿Por qué nosotras nos llevamos la peor parte y aún así muchas mujeres siguen perpetuando estas injusticias? Todos somos al fin y al cabo seres humanos, con nuestros deberes y nuestros derechos, nuestros deseos y nuestros miedos. ¿No se nos puede tratar simplemente como tales, y deshacernos de una vez de todos los prejuicios de género, que tanto daño han hecho?



En fin, ahí queda esta historia. Yo no sé si habría tenido el valor de la protagonista para aguantar meses en un sótano para defender mis convicciones, pero lo que sí tengo claro es que me considero un ser humano, ni mejor ni peor que otros por encima de las diferencias de sexo o de raza, y que defiendo mi libertad con uñas y dientes, que me parece el mejor don de todos los que otorga esta vida.



http://www.youtube.com/watch?v=9kiyBJrdkMU

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